Memorial en el cementerio Torrero
Monumento a las víctimas de la violencia franquista. Con Miguel Ángel Arrudi
2010
Fernando Bayo Mata – Arquitecto
Monumento, sencillo en apariencia, modelo de imaginación e incorporado en un espacio muy bien integrado con el entorno. El punto de partida, por ser eje irradiante y desde un ángulo formal, es el «Pabellón a los Anónimos». Escultura que, en principio surgió de un concurso restringido, organizado para otro emplazamiento pero para fines paralelos y afines en el sentido definitorio de la expresión tanto semántica como estética. Sólo cambió la ubicación en una distancia de unos 500 metros, más o menos la misma que separaba la cárcel de Torrero y las tapias en las que serían fusilados los condenados a muerte. Aquel proyecto se basaba en una escultura abstracta geométrica en forma de cubo, que está pintada en rojo como toque exclamativo sin estridencias. Escultura abierta a través de múltiples ventanas para romper cualquier hipotética rigidez, pero que posee una impecable serenidad externa a través del uso, en apariencia oculto, de múltiples rectángulos interrelacionados que obedecen a la sección aurea. Ventanas y sección aurea, dentro de una escultura abstracta geométrica, que posibilitan esa impresión de obra abierta, nunca rígida, con matices etéreos cuando se observa, desde luego, en conjunto. A sumar los seis gorriones como símbolo de auténtica delicadeza poética servida por un ave humilde común en campos, ciudades y pueblos. El interior también queda abierto por las ventanas, pero con la peculiaridad de un dominante espacio que invita al recogimiento, al silencio que transmite lo exterior sobre el interior y viceversa. Basta colocarse en el centro y captar sus casi imperceptibles vibraciones.
Del «Pabellón de los Anónimos», dicha abstracción geométrica, nace la espiral, como forma ancestral emergente del interior, la escultura, hacia el exterior, el libre espacio abierto, con un simbolismo muy complejo según las civilizaciones, pero que como norma muestra la evolución del universo. Espiral, con pasillo para el público y otro para la vegetación, trazada mediante múltiples bandas rectangulares naciendo del suelo, rematadas con placas inclinadas en donde figuran los datos de los asesinados por orden cronológico. Todo de acero galvanizado. Pasear por la espiral, partiendo del «Pabellón de los Anónimos», es una sensación estremecedora, por lo que representa y por el obligado silencio.
Memorial en el cementerio Torrero
Monumento a las víctimas de la violencia franquista. Con Miguel Ángel Arrudi
2010
Fernando Bayo Mata – Arquitecto
Monumento, sencillo en apariencia, modelo de imaginación e incorporado en un espacio muy bien integrado con el entorno. El punto de partida, por ser eje irradiante y desde un ángulo formal, es el «Pabellón a los Anónimos». Escultura que, en principio surgió de un concurso restringido, organizado para otro emplazamiento pero para fines paralelos y afines en el sentido definitorio de la expresión tanto semántica como estética. Sólo cambió la ubicación en una distancia de unos 500 metros, más o menos la misma que separaba la cárcel de Torrero y las tapias en las que serían fusilados los condenados a muerte. Aquel proyecto se basaba en una escultura abstracta geométrica en forma de cubo, que está pintada en rojo como toque exclamativo sin estridencias. Escultura abierta a través de múltiples ventanas para romper cualquier hipotética rigidez, pero que posee una impecable serenidad externa a través del uso, en apariencia oculto, de múltiples rectángulos interrelacionados que obedecen a la sección aurea. Ventanas y sección aurea, dentro de una escultura abstracta geométrica, que posibilitan esa impresión de obra abierta, nunca rígida, con matices etéreos cuando se observa, desde luego, en conjunto. A sumar los seis gorriones como símbolo de auténtica delicadeza poética servida por un ave humilde común en campos, ciudades y pueblos. El interior también queda abierto por las ventanas, pero con la peculiaridad de un dominante espacio que invita al recogimiento, al silencio que transmite lo exterior sobre el interior y viceversa. Basta colocarse en el centro y captar sus casi imperceptibles vibraciones.
Del «Pabellón de los Anónimos», dicha abstracción geométrica, nace la espiral, como forma ancestral emergente del interior, la escultura, hacia el exterior, el libre espacio abierto, con un simbolismo muy complejo según las civilizaciones, pero que como norma muestra la evolución del universo. Espiral, con pasillo para el público y otro para la vegetación, trazada mediante múltiples bandas rectangulares naciendo del suelo, rematadas con placas inclinadas en donde figuran los datos de los asesinados por orden cronológico. Todo de acero galvanizado. Pasear por la espiral, partiendo del «Pabellón de los Anónimos», es una sensación estremecedora, por lo que representa y por el obligado silencio.